Por: Marigen Hornkohl, Rectora Universidad Miguel de Cervantes
Son tres de muchos casos en los que personas de esfuerzo, talento y dedicación han logrado una meta académica que, en condiciones normales, les habría sido imposible de conseguir.
El sistema universitario chileno está diseñado principalmente para jóvenes que egresan de la enseñanza media y buscan continuar de inmediato su trayectoria educacional, rindiendo una prueba de selección y cumpliendo con las exigencias académicas de su carrera. Pero la realidad, diversa, muchas veces no calza con esta lógica. En Chile hay cientos de miles de personas cuyas trayectorias académicas quedaron truncadas al salir de la enseñanza media por múltiples razones, como la necesidad de trabajar, la maternidad temprana, bajo puntaje en las pruebas de selección, falta de recursos económicos, viajes, enfermedades, crisis familiares y un largo etcétera.
¿Qué pasa cuando esas personas quieren retomar su formación y buscan una universidad que las acoja? La prueba de selección estándar suele ser un obstáculo insalvable. Los caminos se cierran y pareciera que la sociedad no les diera opciones para dar un salto en su calidad de vida.
Aquí es donde surge el valor social de la oportunidad. Los casos de Erik Phara y Clemencia son elocuentes muestras de que las adversidades -como una discapacidad, la condición de inmigrante o la edad avanzada- no deben ser obstáculos para conseguir las metas que las personas se imponen.
Estas personas, recientemente tituladas en la Universidad Miguel de Cervantes, no rindieron una prueba de selección universitaria, pero tomaron la determinación de asistir a clases, estudiar, someterse a evaluaciones y perseverar en su empeño hasta lograr su titulación. Como ellos, hay miles de estudiantes que esperan una oportunidad para demostrar su talento y abrirse camino en la sociedad con mayores herramientas.
Quienes creemos en la justicia social sabemos que uno de sus pilares es que todo individuo debe contar con las mismas oportunidades, independiente de su condición. Si no nos esforzamos en crear una sociedad de oportunidades, crecerá la injusticia, el egoísmo y la desigualdad.
Creo en las segundas oportunidades y en el valor social de un sistema que ofrezca alternativas a quienes por alguna razón no pudieron seguir su trayectoria académica regular. Los casos de Erik, Phara y Clemencia, y los otros miles que se esfuerzan cada día por cumplir su meta, prueban que no estoy equivocada y que vamos en el camino correcto.